miércoles, junio 13, 2007

Adios a los niños



Este es un reportaje de Arturo Galarce periodista de la Zona del diario El Mercurio en el cual relata sus dias conociendo de cerca la realidad de muchos niños y jovenes de Chile quienes por tener muy mala suerte nacieron y fueron criados dentro del circulo de la delicuencia, la drogadiccion y muchas cosas mas, aqui es la ley del "choro" del mas fuerte de ese a quien no le tiemblan las manos cuando se trata de disparar, aqui les dejo el estracto en detalle.


ADIÓS A LOS NIÑOS

Todas las mañanas T.P. saca su pistola calibre 6.35 especial por debajo del colchón, y la revisa. La descarga, la cierra, apunta y dispara sólo para oír el click. Le gusta como suena ese click, y también le gusta como suenan todos los pequeños engranajes de su pistola.

Entonces vuelve a cargarla, la pone a un costado, y se levanta para vestirse con las mismas ropas del día anterior. Luego toma el arma, y si no está en problemas, la pondrá nuevamente bajo el colchón. De lo contrario, la enfundará en el borde del buzo contra su barriga y sólo así saldrá a la calle.

En dos meses T.P. cumplirá los 15 años.

Esta es la historia de un grupo de niños y adolescentes, que habla de armas como si se tratara de las láminas de un álbum. Saben dónde comprarlas, cómo cargarlas, cómo dispararlas. Y saben también, cómo fabricarlas. Cada uno de los chicos pidieron mantener su identidad en reserva junto con el de su “clica” (pandilla).

Los nombres son ficticios, los casos, reales

PRIMER CONTACTO

De algunos cables de luz de la Villa Francia cuelgan todo tipo de zapatillas (arriba la foto). Algunas nuevas como recién lanzadas de la caja, y otras tan viejas como gastados trozos de trapo. Todas cuelgan alineadas, marcando el cielo de poste a poste. Nadie las quita. Todos saben lo que las zapatillas sobre nuestras cabezas significan: frontera.

“Nosotros mismos las tiramos pa´ avisar que el territorio es nuestro. Nadie más se puede meter ahí. Ni de otra clica, ni nadie. Si entrái en piño (grupo) te tirái, y te las tiramos pa´ arriba”, me cuenta T.P. mientras atravesamos un peladero desolado rumbo a su clica: Adolescentes entre 14 y 17 años con mirada de adulto.

Hace algún tiempo conocí a T.P. junto a algunos de sus amigos, intentando reportear los instantes previos al Día del Joven Combatiente. En aquél entonces ninguno quiso hablar. Ahora, según dice, hablarán conmigo sólo si cumplo con las condiciones de la clica: sacar la grabadora cuando ellos digan, nada de fotos (aunque finalmente uno de los chicos accedió a tomarse una), no dejar de verlos cuando termine el reportaje, y no hablar con nadie más de la Villa que no sean ellos.

“Si los encapuchados - así llaman a los grupos más organizados - se enteran de que hablamos con un periodista, primero nos buscan a nosotros pa´ ajustar cuentas y después a ti”, me dirían más tarde.

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